En primer lugar, quiero decir que siento muchísimo el retraso de este post pero… entre los deberes, que son bastantes; los exámenes, para los que hay que estudiar; y las excursiones…
¡Ah! Por cierto, de las excursiones es de lo que quiero hablaros. Hace unos días, ¡Me fui a una excursión de 4 jornadas en bicicleta! Fue muy divertido y además ya le cogí el gusto a la bici.
Oye, que os voy a contar como fue cada día…
El primer día me levanté muy emocionado, ansioso por salir ya. Acompañé a Arantxa, una amiga que vive en mi edificio, al colegio y salimos sin problemas los dos grupos de quinto hasta Utebo. Por el camino hicimos una visita guiada a los galachos de Juslibol. Un galacho es un meandro abandonado, en este caso abandonado por el río Ebro.
En la visita nos explicaron lo que era un bosque de ribera y nos mandaron a encontrar un milano negro. En el galacho comimos y después de comer jugamos a los toros. Este juego consiste en que todos los compañeros menos uno se suben en las bicis y persiguen al que va por tierra, yo era el que iba por tierra y no me pillaron ni una vez. También nos contaron la historia de cómo se formó el galacho de Juslibol: en 1961 hubo una gran riada en el Ebro y en el meandro de Juslibol el río se dividió en dos cauces. Cuando volvió a la normalidad el río siguió por el cauce más corto, que era el nuevo que había formado y las lagunas que quedaron se fueron secando. Como por los alrededores había mucha grava, y Zaragoza crecía, fueron a excavar ahí. Y excavaron tanto que descubrieron el agua subterránea. Esta agua está conectada con el Ebro y fue formando nuevas lagunas que son las que permanecen en el galacho.
El segundo día fue increíblemente malo: llovía, nada de asfalto, nos equivocamos de camino y… ¡mi bici parecía una bola de barro! Encima, las burlas no cesaron pues había roncado durante la noche. Fuimos de Utebo a un pueblo que se llama Alagón. En el camino nos tuvimos que parar en Torres de Sobradiel porque estaba lloviendo demasiado y aprovechamos para merendar. A Alagón llegamos sobre las 7 de la tarde y fue un día horroroso porque estaba cansadísimo y con ganas de acostarme en un sofá a ver la tele tranquilamente. Por suerte me consolaron y me quedé.
El tercer día estuvimos con los niños del colegio Aragón. Ellos vinieron también con sus bicis y juntos fuimos a un parque en medio del bosque. Allí merendamos y nos empezamos a conocer. Al principio estaban admirados y querían ser amigos nuestros por el esfuerzo que habíamos hecho en bicicleta, pero al final, no sé si por mala suerte, no nos cayeron muy bien, aunque yo me hice amigo de unos cuantos. El camino de vuelta fue exactamente igual que el del día anterior, solo que en el sentido contrario. Ese día caí sobre unas ortigas, pero por suerte al menos no nos equivocamos de ruta. Dormimos nuevamente en el polideportivo de Utebo y esa noche me cambié de compañeros con otros que también roncaban.
El cuarto día era el de la vuelta a casa. En Utebo, antes de salir, hicimos juegos con los niños del colegio, solo que esta vez había una pequeña sorpresa: en el colegio de Utebo estaba Juan, mi antiguo compañero de clases y de cumpleaños. Me gustó mucho poder volverlo a ver. Aunque Juan fue de nuestro colegio y se cambió el año pasado, no nos dio tregua en los juegos. De todos modos yo salvé a mi equipo en el juego de cazadores y patos, que es un juego en el que dentro de un recinto está un grupo, los patos, y afuera los cazadores, que con una pelota tienen que intentar matarlos. Cuando solo quedábamos dos, todos iban a por mí y menos mal que tuve los reflejos de Casillas y pude salvarme. Después de comer y jugar un partidillo de fútbol nos fuimos a la biblioteca a hacer los deberes de las barcas de paso. Antiguamente solo habían dos puentes sobre el Ebro en Aragón: el de tablas y el de piedra. Como eran pocos, la gente en los pueblos construía barcas con las que pasar de una ribera a otra, y en este viaje vimos una y nos contaron esta historia.
Ya de regreso la mitad del camino la hicimos en barca por el Ebro. Nos dijeron cómo es que debíamos remar y nos fueron explicando fauna y flora mientras navegábamos. En el trayecto nos chocamos con las otras barcas y yo tuve ganas de abordar alguna como un pirata. Todos íbamos cantando canciones. Al principio comenzó cantando Nayara, pero como no se sabía la segunda parte, seguí yo: “Cooooooon la botella de ron. Soy capitán, soy capitán…”. Me conozco la canción de memoria porque la aprendí en el campamento de judo. En la barca llegamos hasta el Parque del Agua y volvimos a subirnos a las bicis para llegar a nuestro colegio donde nos esperaba una bienvenida emocionante. Nosotros esperábamos un par de aplausos y algún padre grabando, pero había de todo: pancartas, vítores, aplausos y un montón de padres.
Si tuviera que agradecer en especial a alguien, les agradecería a los padres que me ayudaron en los momentos difíciles, por ejemplo, cuando iba el ultimo porque no podía más, o cuando quise volver a casa y me consolaron para que siguiera o cuando me ayudaron a sacar las gafas que se me habían caído detrás del radiador, ¡que susto que tuve!
La idea de este viaje en bici fue de Horacio. Un profe de educación física que ama la bici. Además, nadie había hecho antes salidas de 4 jornadas en bicicleta con niños de primaria ¡Horacio es genial! Hicimos 110 kilómetros entre ida y vuelta.
Bueno, que como ya se acercan las vacaciones tendré más tiempo para escribir y… para terminar El Conde de Montecristo, pero, ptsss no se lo digáis a nadie.